Pentecostés(A) Juan 20,
19-23
VIVIR A DIOS DESDE DENTRO
JOSÉ
ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com
SAN
SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).
ECLESALIA, 04/06/14.- Hace algunos años, el gran teólogo
alemán, Karl Rahner, se atrevía a afirmar que el principal y más urgente
problema de la Iglesia de nuestros tiempos es su “mediocridad espiritual”. Estas
eran sus palabras: el verdadero problema de la Iglesia es “seguir tirando con
una resignación y un tedio cada vez mayores por los caminos habituales de una
mediocridad espiritual”.
El problema no ha hecho sino
agravarse estas últimas décadas. De poco han servido los intentos de reforzar
las instituciones, salvaguardar la liturgia o vigilar la ortodoxia. En el
corazón de muchos cristianos se está apagando la experiencia interior de
Dios.
La sociedad moderna ha apostado por
“lo exterior”. Todo nos invita a vivir desde fuera. Todo nos presiona para
movernos con prisa, sin apenas detenernos en nada ni en nadie. La paz ya no
encuentra resquicios para penetrar hasta nuestro corazón. Vivimos casi siempre
en la corteza de la vida. Se nos está olvidando lo que es saborear la vida desde
dentro. Para ser humana, a nuestra vida le falta una dimensión esencial: la
interioridad.
Es triste observar que tampoco en
las comunidades cristianas sabemos cuidar y promover la vida interior. Muchos no
saben lo que es el silencio del corazón, no se enseña a vivir la fe desde
dentro. Privados de experiencia interior, sobrevivimos olvidando nuestra alma:
escuchando palabras con los oídos y pronunciando oraciones con los labios,
mientras nuestro corazón está ausente.
En la Iglesia se habla mucho de
Dios, pero, ¿dónde y cuándo escuchamos los creyentes la presencia callada de
Dios en lo más hondo del corazón? ¿Dónde y cuándo acogemos el Espíritu del
Resucitado en nuestro interior? ¿Cuándo vivimos en comunión con el Misterio de
Dios desde dentro?
Acoger al Espíritu de Dios quiere
decir dejar de hablar solo con un Dios al que casi siempre colocamos lejos y
fuera de nosotros, y aprender a escucharlo en el silencio del corazón. Dejar de
pensar a Dios solo con la cabeza, y aprender a percibirlo en los más íntimo de
nuestro ser.
Esta experiencia interior de Dios,
real y concreta, transforma nuestra fe. Uno se sorprende de cómo ha podido vivir
sin descubrirla antes. Ahora sabe por qué es posible creer incluso en una
cultura secularizada. Ahora conoce una alegría interior nueva y diferente. Me
parece muy difícil mantener por mucho tiempo la fe en Dios en medio de la
agitación y frivolidad de la vida moderna, sin conocer, aunque sea de manera
humilde y sencilla, alguna experiencia interior del Misterio de Dios. (Eclesalia
Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su
procedencia).
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